
“Quien "no encaja en el mundo",
está siempre cerca de encontrarse a sí mismo”.
Herman Hesse.
Ser normal: ¿para qué/quiénes?
Puede decirse que el término “normalidad” es una construcción histórico-social, que surge durante el siglo XIX con la intención de establecer distinciones en la sociedad, pudiendo ser considerada en una doble acepción: por un lado, cuando algo se encuentra en óptimas condiciones, siendo efectivo y útil, por el otro, se presenta como un parámetro de medición de la norma.
“Lo normal se asemeja a lo eficiente, lo competente y lo útil, un cuerpo normal se puede adaptar a los requerimientos de la vida productiva. Lo normal también es entendido como una convención de la mayoría, a la vez que considera la totalidad – el “todos” como un todo homogéneo -, cuya regularidad adquiere un valor prescriptivo: como son todos es como se debe ser“. (Angelino y Rosato, 2009:23)
Ahora bien, ¿quién y qué es normal? ¿Por qué lo anormal es visto como un disvalor y lo normal como un valor? ¿Quién establece tales parámetros?
Puede decirse, que la normalidad se presenta como una categoría de discernimiento, de lo propio y lo impropio, de nosotros y los otros, como una categoría de clasificación, de demarcación, en este sentido, “La normalidad es la medida del mundo y hombre”. (Angelino y Rosato, 2009:24) De este modo, lo normal y anormal no son ajenos, conforman un par de opuestos, estableciéndose siempre lo que se desea, lo que debe ser y su opuesto, lo que no es.
Para Foucault “todas las instancias de control funcionan según una modalidad doble: la de la partición binaria y marcado (loco – no loco, peligroso – inofensivo, normal – anormal) y la de la asignación coercitiva, del reparto diferenciado (quién es, dónde debe estar, qué lo caracteriza, cómo reconocerlo, cómo ejercer sobre él una constante vigilancia)”. (Foucault, 2002: 203)
En este sentido, se instaura la positivización de lo anormal, así el anormal debe buscar las estrategias adecuadas para dejar de ser ese otro y transformarse en el nosotros, se acentúa la idea de que ser anormal está mal. De esta forma, se contribuye a las tendencias homogeneizantes de la sociedad, donde, lo que está bien es ser como el hombre medio.
Ahora bien, ¿qué sucede en este contexto con el cuerpo? ¿Se espera algo de él? “(…) El cuerpo es parte nodal de cualquier política de identidad y es el centro de la reproducción de las sociedades. Aunque parezca obvio, sin cuerpo no hay individuo, sin un cuerpo socialmente apto no hay agente y sin cuerpo no existe la posibilidad de individuo de conocerse en tanto sujeto” (Scribano apud Miguez, 2009: 35)
Es a través del cuerpo que se han ejercido ciertas técnicas de manipulación, de control, que al decir de Murillo (1996), son de carácter anátomopolítico, es decir, el cuerpo visualizado como objeto de poder a través de ciertos dispositivos, se lo busca moldear, homogeneizar, para hacerlo previsible. Estos procesos sin duda recaen en la construcción de subjetividades, de identidad, de maneras de ser, de pensar y actuar, distinguiéndose entre el nosotros y el otros, demarcando relaciones sociales.
“Podrían encontrarse fácilmente signos de esta gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican.(…) estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y por procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo. (…) Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser trasformado y perfeccionado”. (Foucault, 2002:125)
A lo largo de la historia los cuerpos han sido objetos de control, siendo sometidos a ciertas relaciones de poder, que les da forma, en relación a ciertos parámetros de normalidad para cada época y cada lugar.
En este sentido, se introduce a “la normalidad como fuerza legitimadora de la exclusión” (Zuttión y Sanchez; 2009: 112) dado que es la normalidad, para cada época y cada lugar, la que establece parámetros de lo que está bien y mal, de nosotros y el otros, del útil e inútil, expulsando a quienes no se encuentran dentro de los parámetros socialmente aceptados a las “zonas vulnerables”.
“De este modo bajo el nombre de ‘excluidos’ (de la normalidad, de un modo de producción), serán considerados aquellos que pertenecientes a una misma condición, tienen algo en común, pero ¿Qué es lo común? Pareciera que algo que les falta, cualquiera sea esa incompletitud, los une y constituye. Pero a su vez, también genera una demarcación. Un corte, que materializa constantemente, a través de la presencia de ciertas normas que así como legitiman modelos sociales, establecen claramente distinciones invisibles, por lo no posibles de ser cuestionables”. (Zuttión y Sanchez, 2009: 115)
No es posible referirse a la exclusión sin considerar a su par opuesto, la inclusión, que al decir de Vallejos, dicho par ejerce un mecanismo de control social, en tanto, no se pretende alejar, expulsar del orden establecido a las personas, sino que se busca normalizar hacia adentro del mismo, por ello, suele emplearse el término de exclusión incluyente.
“La generación de estos mecanismos de exclusión – inclusión por un lado permiten re – acomodar aquello que queda por fuera, a la vez, que refuerzan y legitiman una única forma de ser y estar en el mundo: hombre, blanco, productivo, adulto, con determinadas medidas corporales”. (Zuttión y Sanchez, 2009: 118)
De este modo, exponer cuán interiorizado está el concepto de normalidad, al punto de que resulta muy dificultoso para el colectivo social abrirse paso hacia un pensamiento que rechaza conocimientos tendientes a homogeneizar. Apelando a un conocimiento que dialoga y reflexiona sobre lo aparente.
¿Con quienes trabajamos?

Los 46 años de trabajo ininterrumpido en la región de Casavalle han significado que tanto la Obra Ecuménica como los proyectos que desarrolla, representen un punto de encuentro y de referencia para niños, niñas, adolescentes, jóvenes y sus familias. Además, en los últimos años hemos asumido el desafío de que se nos reconozca como centro educativo inclusivo. Procurando brindar un espacio de encuentro de jóvenes en diferentes trayectos educativos, pertenecientes a una misma zona, facilitando el acceso a aquellos bienes sociales y culturales que por derecho les pertenecen pero que en los hechos no acceden. De esta manera nuestra atención se centra en cómo se integran los distintos perfiles de adolescentes y jóvenes que se acercan a la propuesta sin perder la calidad y los contenidos de la misma.
Apostamos a seguir conformando un proyecto rico en propuestas, que contemple los distintos intereses, viabilice procesos educativos grupales e individuales, promoviendo una metodología de trabajo que incluya las diferencias y permita trabajar sobre ellas. Las adolescencias y juventudes que concurren al Centro, provienen de familias con diversas realidades sociales, teniendo como media la situación de extrema vulneración social, que permea toda su vida cotidiana. Éstas problemáticas se acrecientan cuando además los y las adolescentes se encuentran en situación de discapacidad, lo que dificulta el acceso real a los servicios y prestaciones existentes, reproduciendo las condiciones de desigualdad y dificultando el desarrollo de la autonomía para el pleno ejercicio de los derechos.
Desde el 2017 el proyecto Paprika busca dar respuesta a la falta de espacios de capacitación y socialización para personas en situación de discapacidad, que promuevan la autonomía y contribuyan a disponer de espacios de participación en la región de Casavalle. Surge de la demanda constante en los proyectos de adolescentes, así como desde los distintos espacios de articulación territorial.
Casavalle tiene una representaciòn alta de personas en situación de discapacidad, aunque no es demostrativa de la realidad, pues, una parte significativa no ha accedido a diagnósticos y por tanto están muy lejos del acceso a instituciones especializadas. Cuando se trata de adolescentes en situación de discapacidad las oportunidades son aún menores, de hecho, en Casavalle, -y esto ha sido un punto de inflexión-, no existe ninguna otra propuesta para adolescentes/ jóvenes en situación de discapacidad (existen organizaciones en convenio con BPS que requieren de acceso a diagnósticos y/o prestaciones- ayudas extraordinarias- de difícil acceso) .
Empleamos el término de persona en situación de discapacidad, sosteniendo que “la sociedad como colectivo es quien ubica en una situación de algo a alguien, en este caso, ese algo es la discapacidad y ese alguien en un sujeto concreto con alguna deficiencia” (Miguez y Silva, 2012: 85)
Según Vallejos: “La discapacidad es tradicionalmente considerada como un problema que afecta a individuos, un problema derivado de las condiciones de salud individuales y de deficiencia de algunos sujetos cuyos cuerpos se apartan de los cánones de la normalidad y que, se transforman en objeto de estudio e intervención de la medicina y la pedagogía – con un fin correctivo – cuyos agentes intervienen para normalizar” (2001: 3).
De este modo, la persona en situación de discapacidad, al no estar dentro de los tipos ideales del orden hegemónico, es etiquetada por su diferencia, por su anormalidad: “El punto está en que cuando se cataloga a alguien de “diferente” se le está quitando las posibilidades reales de desarrollo de sus capacidades innatas y las que vaya adquiriendo; se lo ubica bajo la tutoría y responsabilidad de un ser “completo”, “normal”, quitándole la condición de ser con capacidad de opinar sobre su vida. Se expropia al sujeto de su derecho de autodeterminación, en función de que los que delimitan y se reconocen dentro de la “normalidad” son quienes se consideran con derecho a tal expropiación”. (Miguez y Silva, 2012: 85 - 86)
La educación, mientras tanto, cumple con una función civilizadora, que en su intento de incluir a los sujetos en la cultura, ha tenido y tiene una lógica homogeneizadora. Sin embargo, cuánto más se intenta uniformizar los estilos de vida y aprendizajes, aparecen más fenómenos de rechazo y resistencia a dicha lógica. Muchas veces la respuesta a las resistencias son la medicalización y patologización de las mismas, especialmente si son adolescentes, ya que aparecen como foco de problemas.
En este sentido, resulta necesario pensar en la implementación de políticas educativas inclusivas, pero, ¿Qué se entiende por educación inclusiva?
“En este sentido, la inclusión supone un Sistema Educativo unificado e integrado para todos/as, que conlleva una puesta en cuestión de nuestros sentidos y de nuestras prácticas. Se trata de la complementariedad de educación común y de especial para el desarrollo de trayectorias educativas integrales, donde la educación especial no es “foco” de un programa compensatorio, sino que se configura en un conjunto de propuestas educativas y recursos de apoyo, especializado y complementario orientado a mejorar las condiciones de enseñanza y aprendizaje”. (Coincaud y Diaz, 2012: 22)
Por tanto, inclusión desde un enfoque social, implica repensar la enseñanza orientada a personas en situación de vulneración social, buscando los obstáculos que impiden un real aprender para allí poder intervenir, “hay que intervenir produciendo procesos de desnaturalización y desprendimientos instituyentes”. (Coincaud y Diaz, 2012: 26)
En tanto, es necesario reflexionar en torno a los formatos pedagógicos existentes, para que personas que trabajan en los ámbitos de la educación común y especial puedan romper con la brecha existente entre lo especial y lo común, así abrirse paso hacia la inclusión, que implica dejar a un lado la “normalidad construida”. (Coincaud y Diaz, 2012: 27)
Puede decirse que inclusión no implica aprender todos/as lo mismo, “La inclusión educativa significa que el curriculum prescripto, en tanto la corriente principal del currículum, debe ser revisado y reconstruido para que incluya los intereses y las perspectivas de todos/as, y especialmente la de los menos favorecidos, los que se significan diferentes desde la perspectiva escolar”. (Coincaud y Diaz, 2012: 28)
En definitiva, se cree que el currículum único está actuando como promotor de una educación homogeneizante, basada en la injusticia, sin considerar los intereses de todos/as, solo los de unos pocos. Es en esta concepción de una educación que tiende a la unificación, a la homogeneización, así como a la rehabilitación, que se gestan las bases de un nosotros por sobre un otros, donde lo que se promueve es el niño normal esperado por la escuela, acentuándose la estigmatización hacia ese otro. (Coincaud y Diaz, 2012).
Es por ello que a través del Proyecto Paprika, la Obra Ecuménica busca promover la participación, la inclusión socioeducativa y el desarrollo de habilidades adaptativas e individuales de los y las adolescentes y jóvenes en situación de discapacidad que habitan en la cuenca Casavalle y que integran dicha propuesta; a través de un espacio educativo y de socialización, que contribuya en sus procesos de autonomía a fin de potenciar el ejercicio de sus derechos, mediante la articulación con sus familias y la comunidad.
Estableciéndose como objetivos específicos:
- A nivel individual: Favorecer la integración de conocimientos básicos y habilidades sociales que permitan el acceso a bienes socio – culturales más amplios, que contribuyan en sus procesos de autonomía. Favorecer la problematización y reflexión ante diversas temáticas vinculadas al autocuidado, género, diversidad, sexualidad, cuidado ambiental, etc. Así como trabajar de forma articulada con otras instituciones de referencia en los proyectos de vida de los jóvenes
- A nivel familiar: Promover la participación, brindar asesoramiento y acompañamiento a las familias en relación al ejercicio de sus derechos y la integración social, desde la perspectiva de la promoción de autonomía y búsqueda de alternativas, promoviendo el involucramiento de las mismas
– A nivel comunitario: se pretende poner a la inclusión en agenda de las instituciones público-privadas del barrio, haciendo énfasis en la necesidad de replicar experiencias similares.
Como Obra Ecuménica tenemos la convicción que esa tendencia normalizadora de la educación, debe interpelarnos como colectivo social, entendiendo que es en este ámbito donde las personas construyen su identidad, su subjetividad, lo que sin lugar a dudas repercute en su accionar y desarrollo de su proyecto de vida. (Coincaud y Diaz, 2012)
De este modo, la Obra Ecuménica busca contribuir a que todos los derechos sean de todas las personas, que los proyectos educativos contemplen la singularidad, visibilizando situaciones críticas que viven colectivos minoritarios desde un enfoque interseccional, reconociendo diferentes formas de discriminaciones y opresiones que abran caminos a la lucha por una sociedad más justa e inclusiva.
Marina Segui y María Noel Pedrosa
Equipo del proyecto Paprika, Obra Ecuménica Barrio Borro
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Vallejos, I. (2001) La producción social de la discapacidad. Una apuesta de ruptura con los estereotipos en la formación de trabajadores sociales. En: IV jornadas nacionales “universidad y discapacidad”. Facultad de Trabajo Social - UNER. Argentina.
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